Desde que recuerdo, siempre he tenido fantasías sadomasoquistas. De chico, imaginaba a la profesora infligiéndome los más variados castigos y humillaciones delante de los compañeros de clase. Así tuve mis primeras erecciones. Sin embargo, la vida no había sido muy generosa conmigo en este aspecto. Hasta que conocí a Ama Blanca hace unos pocos meses. Ella era exactamente el ideal de Ama que estaba buscando toda mi vida. Atractiva, poderosa, inteligente, cruel y cariñosa, valiente, de personalidad deslumbrante. Con las ideas muy claras. Y sabedora de su poder. Y de su deseo de utilizarlo en su propio beneficio, sin importarle demasiado lo que sintiera su presa.
En el momento que la conocí, le supliqué que me aceptara como su esclavo, sirviente, sumiso o cualquier denominación que quisiera darme. Ardía en deseos de serle útil, de que abusara de mí. No fue fácil pero, después de varias tentativas fallidas, un día decidió darme una oportunidad. Me ordenó que la recogiera en su casa y le llevara a su trabajo con mi coche. Al oírlo me sentí sobrecogido, super excitado, la persona más feliz del mundo. Yo también trabajaba esa mañana pero cumplir su mandato me parecía la misión más importante sobre la tierra por lo que le pedí a mi jefe un día de vacaciones alegando un compromiso familiar ineludible. Pasé toda la tarde lavando el coche, por dentro y por fuera, limpiando el tapizado, comprando un desodorante nuevo (por cierto, compré tres hasta que encontré la fragancia que pensé más le iba a gustar), adquirí un par de CDs de los grupos musicales que a mi Ama más le gustan y esperé ansioso hasta la llegada de la hora en la que tenía que recogerla. Esa noche prácticamente no pude dormir. Después de años, mi sueño se hacía realidad.
Ama Blanca me había dicho que tenía que estar a las 7,30. Llegué al punto indicado a las 7 aunque estacioné un poco alejado del lugar de recogida. Había salido con mucha antelación previendo alguna complicación en el trayecto en forma de atasco o avería mecánica. No me perdonaría llegar tarde a mi primer compromiso como devoto de mi Ama. Ella llegó puntual como hacen las grandes estrellas. Pero llegó dominando la escena. Estaba imponente. Me empalmé nada más verla. Baje del coche y me dirigí a la puerta trasera. Al llegar mi Ama le besé la mano, le abrí la puerta y le rogué que entrara en el coche. Cuando vi que se había acomodado, cerré suavemente la puerta.
Siguiendo órdenes de mi Ama, llevaba unos días de castidad. Suelo masturbarme todos los días y ese periodo de abstinencia hacía sentirme a punto de estallar. Vestía pantalón de pitillo, sin calzoncillos, tal y como me había ordenado Ella, y realmente sentía que mi polla iba a destrozar los botones de la bragueta. Me atraen todas las actividades y fetiches conocidos en el mundo del BDSM. La clave está en la Dómina con quien las practicas. Cualquier castigo, humillación o práctica que pueda infligirme Ama Blanca me parecía muy estimulante. La adoración del cuerpo es una de las principales. Es posible que Ella lo supiera porque, de repente, extendió su pierna, larga, atlética, perfectamente moldeada, de piel tersa y suave, perfectamente depilada y colocó su pie cerca de mi boca. Llevaba un mocasín con pulsera y un tacón que dejaba sin respiración. Sin mediar palabra, tan pronto estuvo su pie al alcance de mis labios comencé a besarlo, empezando por la punta, siguiendo por el empeine para explayarme en su tobillo. Estilizado, dorado. Al terminar, desplacé mi boca hacia el tacón y con la lengua lo recorrí de arriba a abajo hasta que quedó reluciente. Notaba que mi corazón latía a tanta velocidad que temí que explotara. No me importaba. En ese momento estaba ya en el cielo.
Mientras yo andaba en mis cavilaciones, advertí que Ama blanca se quitaba el cinturón de seguridad. Se inclinó hacia mí, mientras el chivato del cinturón disparó su alarma de seguridad, y noté su mano sobre la bragueta de mi pantalón, comprobando el estado de mi polla. Entré en shock, noté que toda la sangre se acumulaba en mi cara y un sudor ardiente apareció en mi frente. Pese a todo, nada había en ese momento más importante que la seguridad de mi Dueña y, de manera casi inconsciente, le rogué que se volviera a colocar el cinturón. Mi Ama, ante el temor de que nos parara alguno de los policías de tráfico que había en la calle, volvió a su posición anterior.
Tenía la impresión de haberla cagado. Había vivido el momento de mayor excitación sexual de mi vida y lo había echado a perder. No obstante, sabía que lo volvería a hacer. La protección de mi Ama era primordial incluso en los momentos que estaba dominado por un absoluto deseo sexual..
Me mentalicé para seguir el viaje en silencio cuando en el primer semáforo que nos detuvimos, sin mediar palabra Ama Blanca abrió la puerta del vehículo, se bajó y entró al asiento del copiloto. Mientras se abrochaba el cinturón, la miré de reojo, entre asustado e impresionado, vi una sonrisa maliciosa en su cara, mientras me daba la impresión que escaneaba todo mi cuerpo con una mirada fugaz. De repente, me ordenó que me desabrochara los botones de la bragueta y metió su mano hasta alcanzar mi polla. Estaba dura como una daga. Me sacó la camisa del pantalón. Jugó con ella, manipulándola de arriba abajo, deslizando sus dedos sobre la superficie, tocando el glande, dejando caer un poco de saliva, disfrutando de ver mi angustia, mi excitación imposible de controlar. A pesar de mis deseos de correrme, estaba tan sobrepasado por la situación que no era capaz de eyacular. Nunca me había sentido tan indefenso, tan en manos de una mujer que, con su simple presencia, derribaba toda mi capacidad de resistencia.
Con la mano todavía en mi polla, Ama Blanca acercó su boca a mi cuello y sentí como recorría con sus labios mi piel mientras me susurraba al oído algo que me acompañaría el resto de la jornada. “Vives para Mí y servirme será tu mayor deseo”. Era la situación más erótica que nunca había vivido. Su generoso escote dejaba deslumbrar parte de sus hermosos pechos turgentes. Me mordisqueó una oreja, mientras notaba que su presión sobre mi polla aumentaba hasta el punto de sentir dolor. Me alegraba de no ser capaz de correrme porque no quería hacerlo en sus manos. Me daba apuro. Acercó un dedo a mi boca y, al abrila, lo introdujo. Lo chupé con desenfreno y luego los demás. Mientras los chupaba casi sin poder respirar, me imaginaba arrodillado delante de mi Ama todopoderosa, chupando el dildo de su strapon antes de metérmelo por el culo. Nunca me ha gustado pero lo aceptaba como parte de mi aprendizaje.
A todas estas, yo había seguido a duras penas conduciendo. Afortunadamente, apenas habíamos encontrado semáforo ni atasco en el resto del camino y de repente comprobé que habíamos llegado a nuestro destino. Ama Blanca sacó la mano de mi paquete y se dispuso a bajar del vehículo. Le pedí permiso para besarle los pies como muestra de sumisión y amablemente accedió. Bajé corriendo del coche, le abrí la puerta y tras descender del auto, me arrodillé y concienzudamente recorrí con mi lengua toda la superficie de sus zapatos alcanzando sus pies y tobillos mientras le declaraba mi total sumisión. Creo que algunas personas contemplaron la escena desde atrás pero, en esos momentos, únicamente me importaba confirmarle a Ama Blanca mi devoción.
Ella me separó con un rápido pero enérgico puntapié y comenzó el camino hacia su oficina. La vi marchar, erguida, dominante, segura de si misma, imagino que maquinando su estrategia para seguir reinando sobre las presas que tuviera en su oficina.
Yo tenía el día libre. Todavía azorado, rojo como un tomate, con las pulsaciones a toda velocidad, pero feliz y realizado, inicié el camino de vuelta a casa. Iba despacio como si quisiera alargar al máximo mi estancia en el coche porque todo ello me recordaba a lo recién vivido con mi Dueña. Al llegar a casa, me desnudé y saqué el collar de cuero negro que había comprado para llevarlo en Su presencia y me lo coloqué. Me arrodille en mi dormitorio y empecé a masturbarme recordando cada segundo de la maravillosa experiencia vivida al servicio de mi Ama. No tardé en entrar en erupción. Después de los días pasados en castidad, se formó un buen charco blanco delante mio. Siguiendo las instrucciones de mi Mentora, empecé a lamerlo y tragarlo mientras agradecía a la vida que Ama Blanca me hubiera aceptado en su harén. Seguí un rato de rodillas, contemplando el suelo todavía húmedo mientras deseaba que llegara la siguiente oportunidad de servirla.
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