“¿Pero qué quieres?¿Que se lo diga?”
“Claro”
“¿Seguro?”
“Que sí coño”
Ya que iba a usarle de mensajero y se iba a enterar todo el mundo ¿para qué ir con rodeos? “Dile que me lo quiero follar y ya está, a tomar por culo”. Ya estaba harta de miraditas, paseos y acosos.
Al día siguiente lo primero que hice cuando vi a “J” fue preguntarle si ya le había dicho mis intenciones al albañil.
“¿Pero vas en serio?”
¡La madre que lo parió!
“J” tenía bastante relación con ellos, habían ido de cervecitas, de comida, ahora pago yo, ahora pagas tú, se hospedaban en el apartamento de un familiar... pero parecía incapaz de darle a Roberto mi mensaje. Eso me hizo pensar que “J” había estado jugando a presumir. Si todos en la oficina piensan que follamos, sus nuevos amigos no iban a ser menos. Y claro, él no lo desmentía y se dejaba admirar. La rubia era suya, él era el gallo del gallinero. “¿No véis cómo la tengo? La hago reir, la cojo del brazo, le hablo con familiaridad... Es que la rubia y yo tenemos algo especial”.
Y, entregarme al penúltimo mono de la obra, era destapar que la rubia hacía lo que le salía del coño y sobre todo, que de intimidad con él, nada.
Eso me motivó todavía más a seguir adelante, tenía el caramelo de Roberto y la bajada de pantalones de “J”, un dos por uno.
Al tercer día, me puse seria.
“ ¿Ya se lo has dicho?”
“ Si quieres se lo digo ¿eh? Pero se van a enterar todos...”
“ No hay problema”
Le dije que si no me iba a ayudar que me lo dijera ya, porque eso iba a pasar sí o sí, y que podía colaborar o apartarse con todas sus consecuencias. Y “J” eligió el mal menor.
Ese día salí del trabajo a la hora de siempre y me dirigí a mi coche. Antes de arrancarlo sonaron dos golpecitos en la ventanilla. Era Roberto. Bajé la ventanilla sonriendo y le interrogué levantando las cejas y la barbilla a la vez.
“ Me han dicho que quieres hablar conmigo” - él también sonreía.
“ Sí, eres muy escurridizo”
Le dije que lo mejor sería que habláramos por teléfono para evitar curiosos, cogí su enorme mano, que estaba apoyada en la puerta, le di la vuelta para dejar al descubierto su muñeca y le apunté mi número con boli. “Envíame un mensaje y te cuento”.
Eso fué un lunes, el martes empecé a jugar con mi presa. Porque además de sexo, siempre, siempre, pruebo su grado de sumisión. Cuando empecé a escribir las historias de “Diario de una cazadora” la idea era someter hombres fuera del circuito del BDSM. Me apetecía comprobar qué porcentaje de vainillas entrarían en mi juego, hacer una estadística y demostrar que hay más sumisos de lo que parece. A día de hoy, puedo decir que TODAS mis presas han sucumbido en mayor o menor grado a mis juegos y perversiones, algunos se han apuntado con alegría y otros a regañadientes, pero de momento el porcentaje es 100%, que se dice pronto. Y con el albañil me apetecía especialmente. Tan serio, tan fuerte, tan inaccesible, como me saliera sumiso me lo iba a comer con patatas.
Y empezó la semana de las profecías.
Le dije que tenía poderes y que podía predecir el futuro. Esa mañana, mi primera profecía fue que me miraría el culo al pasar. Roberto no sabía muy bien de qué hablaba pero me seguía el rollo. “Yo siempre intento mirarte de frente, pero impones” decía.
Me puse una falda lápiz que se ajustaba como un guante y marcaba hasta mis lunares. La cremallera dorada separaba la masa redonda en dos mitades perfectas, señalando la raja. Las pitonisas solemos hacer trampa. Solo faltaba encontrarme con él para que se cumpliera mi predicción, y ahora con el móvil, todo era más fácil.
“Atento que voy a entrar”
¡Ahora sí que estaba en mi salsa! Pasé triunfal sin mirar atrás, con Roberto sonriéndo desde el pilar , paleta en mano y clavando su mirada en mí. Antes de doblar la esquina y encarar la escalera me volví para comprobar que su mirada seguía clavada en mí y en mi culo.
“¿Ves como tengo poderes?”
“ Bueno, bueno... realmente sí. Me has alegrado la mañana”
“ Dentro de un rato te digo mi segunda profecía”
“ Miedo me da... pero bueno”
“ Tranquilo, no muerdo... o no mucho”
La segunda profecía fue a bocajarro, ya le sentía como una marioneta en mis manos, así que me envalentoné y casi la cago. Le dije que antes de una semana iba a convertirse en mi esclavo sexual y que me hablaría de Usted. A Roberto eso le sonó a chino y no hacía más que dudar, preguntarme cómo lo iba a hacer, decirme que eso no lo había hecho nunca, ponerse nervioso. Y lo que es peor, ponerme nerviosa a mí. Le dije que estuviera tranquilo y lo olvidara. Y él, muy obediente, dejó de interrogarme. Joder... es que hacía todo lo que le ordenaba, me tenía loca.
El miercoles, antes de salir de casa, le envíe otra predicción.
“Cuando llegue, tus ojos va a ir a mis piernas”
Una minifalda y unas botas con tacón de aguja tuvieron la culpa de que Roberto, una vez más, cayera presa de mi embrujo.
A partir de entonces ya no hizo falta que le avisara de mis entradas y salidas. Ya estaba él pendiente, como a mí me gusta. Tener un perrito educado y atento a mis movimientos, clavando su mirada en mí, esperando su premio, eso es lo que quiero, eso es lo que me gusta. En cuanto oía mis tacones se acercaba a la entrada. Y los tímidos “holas” de antes empezaban a convertirse en “holas” de lujuria y complicidad.
Cuando bajé para irme a casa ese día, el perrito estaba esperándome a los pies de la escalera moviendo el rabito. Le sonreí y una vez abajo lo cogí de la camiseta y lo arrastré bajo el hueco, llevando el índice a mis labios para indicarle que no hiciera ruido. Todavía quedaba gente arriba.
Me posicioné en la zona más alta y oscura y le indiqué con mi mano que se acercara, en silencio absoluto. Cuando se colocó a cinco centímetros mojé las bragas solo por tenerle cerca, por haber roto finalmente su distancia de seguridad después de tanto tiempo. Una vez enfrente y tan pegado, constaté que con tacones era más alta que él, lo cual me empoderaba más aún. Lo cogí de la nuca y lo acerqué a mi boca, me supo a pasión contenida, a recordar su juventud, a inexperiencia y nervios, a despertar algo que estaba olvidado entre obligaciones, problemas y cansancio.
Mi lengua jugó con la suya mezclando salivas, mis labios succionaron los suyos explorando texturas y consistencias, mis dientes mordisquearon su labio inferior antes de abandonar la inspección y dirigirse a su oído para susurrarle “Mañana más”. Y seguí mi camino sin mirar atrás una vez más.
El jueves empezó con otra profecía.
“Hoy a las 11, subirás a mi despacho”.
A ver como acaba esta historia, que me tienes en ascuas (francesas).
ResponderEliminarBesos con respeto
Como el rosario de la aurora!
EliminarBuena historia,... el murciano acabará murciándote las bragas, ... o será otro perrito más?,... enhorabuena por tu blog!
ResponderEliminarGracias! No es incompatible una cosa con la otra, ni mucho menos.
Eliminar